Inicio > Psicología > Cómodamente anestesiado

Cómodamente anestesiado

Me gusta mucho la música y, muchas veces, cuando pienso sobre un tema de los que escribo, o tengo alguna vivencia, suelo asociarlo a una canción. La canción que me sugiere este tema es una de las más conocidas de Pink Floyd, y es la que le da el título a este post: Comfortably Numb (cómodamente anestesiado, plácidamente adormecido,…). Hay dos teorías sobre el origen de esta canción: una es el uso de drogas de los propios miembros de la banda (que se refleja también en la película The Wall) y otra es la relacionada con un tratamiento médico recibido por el fallecido Syd Barrett.

La pregunta es: ¿es posible estar «cómodamente anestesiado» sin el uso de sustancias? Estoy convencido que sí; de hecho, todos o casi todos hemos estado bajo el influyo de una de esas personas «cómodamente anestesiadas» (los llamaré, simplemente, «anestesiados» de aquí en adelante) y, como consecuencia, nos hemos anestesiado nosotros también. Es más, es posible que ahora mismo, tú y yo también estemos bajo dicho influyo… Pero claro, no somos consciente de ello; es por esto por lo que es tan importante darnos cuenta de cuándo estamos en este estado.

Vayamos por partes: ¿a qué me refiero con estar anestesiado? Pues a no dar lo mejor de nosotros mismos, a no perseguir nuestros sueños, a no apostar firme por conseguir nuestros objetivos porque suponen un reto que nos da miedo. Este miedo no tienen ni siquiera que tener alguna relación con aspectos económicos o de integridad física, sino que nos dan miedo por el nivel de compromiso personal que es necesario.

En algún oscuro rincón de nosotros mismos, sabemos que dar el salto a dar lo mejor de nosotros mismos es un camino sin vuelta atrás, un camino para toda la vida, y en el cual seguramente encontraremos muchos aspectos de nosotros mismos que desconocemos, puesto que los hemos tenido, hasta ahora, cómodamente anestesiados. Nos da un miedo terrible, en general, descubrir en este proceso que hemos actuado por motivaciones egoístas, que nos hemos dejado convencer, que no hemos sido tan perfectamente independientes, maduros emocionalmente o tan solidarios como nos gustaría pensar. Es más, muchas veces nos cuesta hasta reconocer que tenemos miedo. Esto, obviamente, ataca directamente a nuestro autoconcepto; es decir, a la imagen que tenemos de nosotros mismos (¿cómo vamos nosotros a ver que hemos sido egoístas, vengativos o esas cosas que la sociedad nos ha enseñado que están mal?).

Claro, esto supone un problema cuando pensamos en nosotros mismos como un ser finalizado, un ser humano que ya se ha definido en cuanto a lo que es. Si esto fuera así, tendríamos la sensación de que hemos fallado en el camino y, por tanto, dicho pensamiento se vuelve inadmisible (¿cómo vamos a creer que hemos fallado en nuestra más importante misión vital, la de construirnos como personas?). Sin embargo, la perspectiva cambia mucho si nos consideramos (a los 20, 30, 40 o 60 años) como seres en permanente construcción; ahí, los fallos se convierten en cuestiones a mejorar, en oportunidades de aprendizaje y en parte del proceso normal de cualquier persona.

Claro, éste solamente es el primer paso; una vez que uno/a piensa en sí mismo como un ser en evolución, se plantea hacia dónde quiere caminar. No digo que se tengan claros los objetivos específicos a largo plazo, pero sí una serie de directrices para saber por dónde caminar (nuestros valores). A partir de ahí, toca hacer cambios de hábitos, de pensamientos, etc. Es en ese momento donde entran en acción nuestros compañeros los anestesistas, que son aquellas personas que nos rodean y que, queriendo nuestro bien, les da mucho miedo nuestro cambio.

Los anestesistas no son nuestros enemigos, ni alguien que no nos quiera (aunque quizás habría que valorar la calidad de su amor), sino personas que nos acompañan en la vida, que incluso pueden mostrarse cariñosos y detallistas con nosotros. Nuestro anestesista particular puede ser nuestro padre o madre, nuestra pareja, nuestro amigo o amiga,… No es que no nos quiera, sino que le da mucho miedo nuestro cambio porque pone en evidencia su propio autoconcepto, se activan sus miedos y se llega a plantear su propio proceso personal de cambio. Al fin y al cabo, resulta molesto, e incluso doloroso, que la persona que tenemos a nuestro lado evolucione y nosotros no. Eso nos pone en evidencia delante de esa persona y delante de nosotros mismos.

¿Cómo podríamos llevar bien que nuestro hijo/a, nuestro padre o madre, nuestra pareja o amigo/a desarrolla su potencial mientras nosotros nos quedamos donde mismo, en el sofá, cómodamente anestesiados? No, eso no se lleva bien. Por eso, la reacción habitual ante estos casos es boicotear, inconsciente o conscientemente, el proceso de cambio de la otra persona, ya sea de forma sutil o de forma más explícita (esos sueños tuyos son una locura, ¿qué necesidad tienes de hacer eso?,  eso es demasiado arriesgado y otras expresiones por el estilo pueden denotar un intento de anestesiarnos).

Entre las resistencias propias que tenemos a nuestro cambio y el efecto de la anestesia, muchas veces termina triunfando (aunque sea temporalmente) ésta última, sumiéndonos nuevamente en un estado de adormilamiento relativo, en un letargo adornado con frases del tipo las cosas son así, en vez del frenesí de las frases como ¿qué es lo que quiero?. Y en ese adormecimiento permanecemos hasta que un suceso vital o la acumulación de éstos generan una nueva crisis vital que nos hace plantearnos la idea de cambio.

El objetivo de los anestesistas no es que seamos infelices, sino que estemos al lado de ellos, sumidos ambos en un cómodo adormecimiento, en un estado en el que los días y los años van sucediendo, pasando hojas del calendario, una igual a la anterior, con la única diferencia de algunos hitos vitales necesarios para que lleguemos a creer que algo ha cambiado: el año que fuimos a Italia, el año que fuimos padres, aquél día de excursión por la montaña… Sin embargo, bajo esta capa superficial de anécdotas, ¿qué es lo que realmente cambia?, ¿somos más cariñosos, más altruistas, gestionamos mejor nuestras emociones, nos comunicamos mejor?,… En definitiva, la pregunta clave: ¿somos mejores personas? (es decir, ¿nos comportamos de forma más congruente con nuestros valores?).

Quizás la clave para superar este círculo vicioso está en una escena de la película Entrenador Carter: Empequeñecerse no ayuda al mundo; no hay nada inteligente en encogerse para que otros no se sientan inseguros a tu alrededor. Todos deberíamos brillar, como hacen los niños. No es cosa de unos pocos, sino de todos. Y, al dejar brillar nuestra propia luz, inconscientemente damos permiso a otros para hacer lo mismo. Al liberarnos de nuestro propio miedo, nuestra presencia libera automáticamente a otros.

Una última cosa. Si crees que alguna vez has sido, o eres, un/a anestesista para alguien, recuerda el enorme influjo que tenemos en otros. Seguro que esta escena de la película En Busca de la Felicidad es mucho más elocuente de lo que yo pueda serlo en este momento:

No dejemos de crecer.

 

Categorías: Psicología
  1. Antonio
    13/09/2014 a las 22:05

    Me ha encantado el concepto…Anestesia…anestesistas…que buena sintesis y que grandes verdades, algo que he descubierto recientemente a pesar de mis 34 años…Gracias por recordarnoslo!!

  1. No trackbacks yet.

Deja un comentario